Para cantar, para comenzar a cantar o para comenzar a estudiar canto, en muchos casos, lo único que hace falta es destronar la creencia de que no nos sale, no podemos, no afino o no sé leer partituras entre otras posibles cosas.
Si es así, el primer ‘trabajo’ que hay que hacer es desdibujar o destronar esas ideas. Desarmar el preconcepto de que solo pueden cantar las o los que lo hacen “bien”.
Respecto del canto hay un mundo de exigencias que evitan el paso por la idea del disfrute. El canto es una actividad de disfrute, de placer. Es una actividad que acompaña todas las emociones. Es una actividad para todo el mundo, cantar hace bien. Venimos cantando desde que nos pusimos en posición vertical y caminamos sobre nuestros pies. Cantamos desde que comenzamos a hacer los primeros intentos por hablar. ¡No es poca cosa!
Es probable que, con la sociabilización, la escolarización y demás intríngulis del mundo jerárquico, comience a desarrollarse una mirada crítica que origina eso de cantar bien o cantar mal, y la decisión de silenciar a quienes no cumplen con las reglas del gusto normado. Y una, uno, acepta la ley de que solo pueden cantar los que lo hacen “bien”. Y una, uno, va aceptando su propio silencio. Y aquí debo hacer una salvedad: de todos modos, el canto se impone. Cuando estamos solas o solos, cuando hacemos las tareas rutinarias de la casa, cuando caminamos por el barrio o manejamos, aparece el canto. El canto se impone. Es obstinado como nuestro instinto de supervivencia.
Me siento en la obligación de decir que, las y los docentes de canto, tenemos mucho que hacer cuando recibimos alumnas y alumnos con la falsa idea de cierto ideal de belleza vocal inalcanzable. Somos nosotras y nosotros los que tenemos que aceitar las herramientas que ayuden al acercamiento con el canto como actividad inherente a la condición humana. Tenemos la obligación y el gusto de guiar hacia la inmersión en la libertad del canto sin prejuicios.
Nuestra tarea, además, es escuchar con amplitud lo que podríamos llamar falsas ideas respecto de la perfección en el canto y acompañar enseñando los caminos que hacen del canto una actividad sin ataduras.
Enseñar a cantar es, además de muchas otras cosas, propiciar el dominio de ciertas herramientas que brindan la libertad de expresarse a cada una, a cada uno con su voz, que, muchas veces, resulta descubierta y querida por primera vez en las clases.